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La vía femenina de lo corporal

Actualizado: 3 abr


En muchos ámbitos de autoconocimiento, más en los actuales pero también en los ancestrales, el cuerpo físico ha sido abandonado, ignorado o despreciado. A mi modo de ver, esto tiene que ver en gran medida con el mismo abandono, ignorancia y desprecio por lo femenino. Cuidado porque no me refiero aquí a todo lo relacionado con la mujer. Aunque, por supuesto, este desprecio por lo femenino incluye un posicionamiento frente al papel de la mujer, no es de géneros de lo que vamos a tratar aquí. Por femenino me refiero a esta dimensión de la realidad que tiene ciertas cualidades opuestas a las de lo masculino. Es la división binaria del yin y el yang, de lo lunar y lo solar, de lo marcial y lo venusino… Ambas dimensiones moran dentro de todo ser humano y de todas las manifestaciones de vida del universo. Así como, por ejemplo, la energía masculina, o yang, es unidireccional y obstinada, la energía femenina, o yin, es expansiva y receptiva. Ninguno de los dos polos es mejor que el otro y ambos coexisten de forma cíclica o alternada en la naturaleza. En realidad, aunque desde la mentalidad analítica necesitemos definir las fronteras precisas de ambas energías, ninguna de ellas pertenece a un territorio definido y cerrado. La noche, de naturaleza yin, no es algo fijo en contraposición al día, de naturaleza yang. Se trata más bien de una gradación de energías en las que podemos encontrar, eso sí, un clímax energético de uno de los dos polos, como cuando el Sol se encuentra en su cenit, lo que implica una mínima energía yin en el ambiente. 

Estas dos energías polares también son vibraciones distintas en el campo psicológico y corporal, se manifiestan de forma distinta y, lejos de ser integradas, han sido distanciadas entre sí y jerarquizadas. Especialmente en nuestra tradición occidental imperante, aunque también en otras más lejanas y admiradas, la dimensión intuitiva, no analítica, emocional y no racional (yin) ha quedado en un segundísimo plano en favor del liderazgo absoluto (y absolutista) de la dimensión apolínea*, racional y rumiante (yang). Esto, entre otras consecuencias nefastas, ha relegado al cuerpo, canal de expresión de nuestra manifestación dionisíaca**, al rincón oscuro de aquello que no queremos ver, como si verdaderamente no existiera, porque nos recuerda que por mucho que lo pensemos, existe una realidad que no puede ser contenida por análisis reflexivos. Algunos consideraréis, y estaréis en lo cierto, que no siempre relegamos el cuerpo a ese recodo sombrío, pero acordaréis conmigo que cuando le damos espacio es porque nos permitimos ese momento de debilidad, esa incursión de la locura a nuestra vida razonable y razonada, porque nos rebelamos sobre el tedio y dejamos aflorar una naturaleza que solo podemos dominar con la represión explícita y persistente. 

La dimensión del cuerpo es el ámbito del permiso. En él no hay nada que esté bien o mal, no existe una ética que nos dé norte o doctrina.

El cuerpo siente lo que siente, nota lo que nota. Luego podemos considerar redirigir, dejar expresar, suavizar o incluso reprimir lo que noto o siento, pero en cualquier caso lo noto y lo siento. No puedo, sin pagar el precio de la autoaniquilación, evitar que el cuerpo diga la suya. Sin remedio. Sin permiso. Sin aviso. La vía del cuerpo es la ley de la talidad***. Lo que es es lo que es. Lo demás es maquillaje. La vía del cuerpo es como una madre que acoge con los brazos abiertos a su hijo, más allá de quién sea su hijo, más allá de su bondad o maldad, de sus afinidades o diferencias. 

Pero el cuerpo puede ser, como todo lo demás, encerrado en las leyes de lo adecuado, de lo ético, de lo que sí cabe, en las leyes de la normalidad. El cuerpo puede ser domesticado. El cuerpo es el primer campo de batalla que se libra entre lo que surge de adentro y lo que sucede afuera. Se convierte en la barrera. El cuerpo suele ir modelándose para pasar de ser el canal expresivo del Ser en el mundo de las formas y los nombres a ser el mediador de una adaptación al terreno hostil de la identificación como ser humano individual. El cuerpo suele ser la forma que adopta la soledad. O el espejismo de soledad.

Y es por esto que a todo autoconocimiento le conviene encarnarse, enraizarse en lo corporal. Pero, atención, no volvamos a imponer las mismas normas rectilíneas al proceso del cuerpo. No se trata de embellecer al cuerpo, no se trata de fortalecerlo o flexibilizarlo, volverlo más funcional, aunque todo esto puedan ser derivadas de lo que el autoconocimiento corporal puede hacer emerger. Se trata de sensibilizarnos a él. De darle espacio y espaciosidad.

Esto va de corporalizarnos a nosotros, más que hacer nada con el cuerpo.

Hay que poder dar permiso al cuerpo para que luego el cuerpo sea canal del permiso que nos demos para vivir desde lo femenino, desde ese abrazo maternal a la realidad. En realidad, no se trata de hacerle al cuerpo nada, sino de dejar de constreñirlo, dejar de acotarlo, limitarlo. Si hemos considerado al cuerpo como expresión de lo femenino, actuemos femeninamente con él, lo que implica, ante todo, que nos rindamos a él. Que, mediante la retirada de las tropas de la rigidez y la modulación, nos demos la posibilidad de percibir la inteligencia natural como algo propio, como algo que somos. Dar espacio al cuerpo es volver a los sentidos que, como iremos viendo, es la fórmula mágica que nos dejaron en herencia los sabios de nuestra cultura para reconocer la realidad tal y como es, para encontrar lo que estamos buscando, sin éxito, en el terreno de lo especulativo y abstracto.



La Llagonne, marzo 2024.



* Relativo al Dios Apolo, asociado a la racionalidad.  

** Relativo al Dios Dionisos, asociado a los ritos mistéricos, a la celebración y la ebriedad.

*** Cualidad de mostrarse tal como se es.




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