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El objetivo real del autoconocimiento

Actualizado: 2 abr


El objetivo de todo esto que hacemos no es, realmente, el fin del sufrimiento. El final del sufrimiento es una derivada de tomar consciencia de nuestra verdadera naturaleza. La vida, a través del malestar, nos acerca al reconocimiento de aquello que somos esencialmente. Una de las consecuencias de ello es el fin del sufrimiento innecesario, pero éste no es el fin último. Cuando creemos que el fin último es terminar con el sufrimiento, la mente genera estrategias y relatos alrededor de ese bienestar psicológico y espiritual que va apareciendo y, recurrentemente, desapareciendo de nuestra vidas. La mente construye historias congruentes que nos den consistencia psicológica, que nos ofrezcan un relato coherente. Y esto ocurre tanto en la vida de antes del despertar psicológico o espiritual como después del despertar psicológico o espiritual. Debido a que había creído que el objetivo era el bienestar, la mente va a ir construyendo una ficción alrededor de ese concepto que puede o bien mantenerme en actitud de fracaso anhelante o bien de triunfador airoso, pero siempre orbitando alrededor de esa ética del bienestar.

Esto es algo muy importante. Hay que detenerse aquí. Nos tiene que quedar claro. De esto depende que vayamos o no dando tumbos como pollos sin cabeza por doquier de aquí hasta el final de nuestros días. El motor del cambio es el malestar, el fin último nunca es el bienestar. Aunque pudiera parecer paradójico. 

A raíz de mi artículo “La bondad del malestar”, me llegaron muchos comentarios de personas aliviadas por ese permiso de no sentirse bien y por esa nueva comprensión que les permite no tener que salir compulsivamente del estado de insatisfacción.  Como decía en el artículo, estamos programados culturalmente, y ahora también en el marco de la búsqueda psicológica o espiritual, para creer que buscamos bienestar. En realidad, aunque a algunos les pueda sonar lejano o abstracto, el Ser busca el Ser, esta es la verdadera búsqueda, nos estamos buscando a nosotros mismos. Hay una sabiduría intrínseca que sabe que esto que creemos ser no es lo que somos, que estamos mirando en un lugar equivocado, y que quiere encontrar la respuesta a esa inquietud a la que le damos forma de insatisfacción y que nos muestra que hay algo que nos estamos perdiendo. Algo importante. Por eso en los cursos o encuentros que ofrezco siempre digo que, aun y siendo cierto que nos reunimos porque queremos estar bien, es más cierto aún que nos reunimos porque sabemos que hay algo que se nos escapa, porque el simple éxito personal, social, económico o psicológico no es suficiente para aportarnos la paz que anhelamos. 

Y este proceso puede ser inconsciente al principio. Podemos creer que nos mueve la búsqueda del bienestar, a pesar de que el camino no tenga que ver con eso.

Es verdaderamente mágico que la mayoría de personas no sepan que están anhelando eso y, sin embargo, eso no impide la búsqueda. Yo misma, cuando era pequeña, no era consciente de qué estaba buscando realmente. Pero había la insatisfacción y el anhelo. Había una natural y sabia angustia, en ocasiones, explícita, en ocasiones, latente, pero siempre presente, si sabías leerlo. Y aunque no supiera qué estaba buscando, seguía moviéndome en la dirección correcta, aunque pudiera no parecerlo desde la superficie. Podían parecer movimientos erráticos, caóticos, sin rumbo ni lógica, pero ha sido hasta ahora el camino necesario para lo que se da ahora. Porque lo que nos empuja a movernos, a tomar decisiones, no somos nosotros, en tanto que seres individuales.

Hay algo que sabe, como la fuerza que hace retornar el muelle a su estado de reposo, como la inercia que disuelve la ola en el océano, como el eterno movimiento de los astros.

Cuando, de nuevo, de jovencita hablábamos de lo increíble de las dinámicas de los astros, yo decía que más increíble era aún pensar en la existencia misma de los astros y, por ende, de todo lo demás. La existencia misma es lo fascinante. Esta existencia radical y consciente, este brotar de vida voluptuoso, generoso, tan desbordante y absolutamente soberbio. Todos de algún modo, consciente o subconscientemente, sabemos por una sabiduría que desborda las fronteras de este pequeño cuerpo-mente que encarnamos, que todo este parto permanente de fenómenos que llamamos realidad surge de, y a la vez es en sí mismo, eso que anhelamos. La inercia inteligente de la vida que somos nos permite ir reconociendo que ese anhelo que nos mantiene insatisfechos es el deseo de reconocernos, de volver a lo que somos esencialmente. Esta es la única vuelta al hogar que puede ofrecernos la calma del verdaderamente satisfecho, del que abandona la búsqueda porque ha realmente encontrado. Es la vuelta al cobijo sagrado, no del bienestar, sino del encuentro con uno mismo.


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