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Qué es verdaderamente meditar?



El diccionario de la Real Academia Española considera que meditar es “Pensar atenta y detenidamente sobre algo”. En castellano, la palabra meditar evoca algo así como una reflexión introspectiva. Siempre meditamos acerca de algo. Cuando una persona se adentra en el mundo de la meditación, descubre que usamos la palabra meditación para algo diferente a la reflexión. Meditar, obviamente no es pensar. El aprendiz de meditador cree, entonces, que meditar es no pensar acerca de algo y se esfuerza en detener la vorágine de pensamientos que le acechan. Esto se convierte en una lucha con derrota asegurada de antemano. La mente no se detiene.


Esta tortura mental a la que está abocado el meditador se debe a un choque cultural. En nuestra cultura, y por ello, en nuestro lenguaje, no existe una palabra que represente lo que hacemos cuando meditamos. Y si no existe la palabra, no existe el marco mental que pueda comprenderlo. Nuestra tradición mística y religiosa ha usado la palabra contemplar en lugar de meditar, pero para el diccionario de la Real Academia contemplar se refiere a “Poner la atención en algo material o espiritual” y “Ocuparse con intensidad en pensar en Dios y considerar sus atributos divinos o los misterios de la religión”. En cualquiera de las dos definiciones hay una persona que hace algo con algo. Y esto está a las antípodas de la verdadera meditación y, además, perpetúa esa lejanía.


La meditación o la contemplación tienen más que ver con la atención que con la actividad racional de la mente. Ante cualquier suceso, ya sea el surgimiento de pensamientos, la realización de actividades o la observación de cualquier acontecimiento, hay “algo” que se da cuenta de ello, hay “algo” que lo observa. A ese “algo” lo llamamos “yo”. Se trata del yo que está presente ante cualquier escena de la vida. Ese yo atiende a lo que va ocurriendo: atiende a pensamientos, emociones, sensaciones, sucesos “externos” a mí. Así pues, existe un sujeto (un yo) que observa y algo que es observado. En la práctica introspectiva, la persona se va dando cuenta de que ese yo atiende constantemente a objetos de experiencia, sean estos pensamientos, emociones, sensaciones corporales u objetos externos al cuerpo. La práctica meditativa facilita que esa atención que se mueve de aquí para allá, atendiendo a objetos de experiencia como si de cantos de sirena se trataran, pueda reposar sobre sí misma. Es como si ese yo que conoce el mundo (externo e interno) dejara de salir de sí mismo para volver a él. La persona se da cuenta que, en realidad, hay un esfuerzo en la deriva de la atención por los diferentes objetos y que existe una retirada del esfuerzo, para relajarse en el Ser.


¿Qué es ese Ser donde reposa la atención? ¿Por qué, en realidad, meditar no es una actividad? ¿Por qué decimos que meditar es muy fácil? ¿Por qué es tan placentero?


En próximos posts…

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