Cuanto mayor es el sentido de separación, mayor es la percepción densa del cuerpo. En realidad, la densidad percibida en el cuerpo es en sí misma la conceptualización del cuerpo. Aunque existe la idea de que soy un cuerpo, y aunque a veces se parece más a un tengo un cuerpo, en realidad es más bien un pienso un cuerpo. Genero una imagen de mi cuerpo constantemente, un recuerdo de una forma y aspecto que me dice quién soy y quién no soy. La experiencia real no es esta. Esto es más bien una creencia, un velo integrado como real, sin revisión sensorial honesta. Si entreno la capacidad de soltar esta repetición mental de la imagen del cuerpo, si al menos la dejo a un lado, lo que se revela es un vacío. No soy un cuerpo o, si lo soy, lo soy tanto como soy el árbol que veo frente a mí. Soy más bien lo vacuo, ni siquiera una nube, ni siquiera humo, ni aire, ni éter. Soy un soy que contiene la experiencia de cuerpo al mismo nivel que la experiencia árbol o la experiencia otro (el amigo, el hijo, la pareja, el transeúnte…).
Para no pensar el cuerpo es preciso sensibilizarlo. La puerta al Misterio encarnado es volver a lo sensorial no analítico, observado de forma neutra. Así emerge una experiencia que ya no es la de un sujeto que observa a un objeto (un yo que observa un cuerpo, en este caso). Solo queda experiencia. Y cuando el sujeto-yo que observa un objeto-cuerpo se desvanece como el espejismo que fueron, se reanuda la conexión con la vida, aunque esto es solo una forma de decirlo (desde el paradigma sujeto-objeto) ya que, en realidad, no hay conexión alguna porque no hay un otro. Lo que se da es la experiencia de ser la vida misma, la explosión de energía creativa, la danza cósmica sin origen y sin fin.
Este es el propósito real de la práctica de asana. Asana significa asiento, es la atención descansando sobre sí misma, sin objeto. Asana es el asiento del Misterio.
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